El olor de la casa vacía reúne arañas
y bichos que no tienen origen o bautismo.
El más pequeño asno de esta selva trae alforjas.
Vaciadlas, encontraréis objetos familiares:
las cartas del abuelo asesinado, el zootropo y los zapatos
de charol,
las esfinges de los niños felices
(sus ojos de terror no olvidan los altísimos techos,
la soledad de la sirvienta que plancha sus bragas y la
lluvia).
Pero los bichos tampoco tienen tumba.
Siempre escucharemos la nana
que no consigue dormirnos.
José María Álvarez
Cáccamo, Laberinto el clavicornio
(Mogor, 1977)
Qué días aquellos!, qué noches largas!! La voz, siempre las
voces del poeta que rasga la noche de Rekalde. El cartero, licenciado en
Hispánicas, coloca con esmero la pila de libros que me llegan del mundo, hasta
esta parte. Escribir con la paciencia de Martín López Dueñas; posar para Juan
Lacunza; abrir latas de sardinas con Aitor Mesperuza o correr a las órdenes de Julio
Campuzano, de Pepa Marzo (El Hierro).
Irrepetible Bilbao de los setenta; sentenciado de versos, de mentiras y poetas. Me regalas tu Laberinto el clavicornio, con un: “A Nieves García Ordóñez, amiga de un amigo, y por lo tanto amiga mía (firma). Santiago, 25 de abril 77”.
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