sábado, 21 de marzo de 2015

Carlos Pinto Grote, 'Tienda de antigüedades'



Advierte la soledad de las cosas dispersas;
tuvieron compañía.

Tiernas manos atentas
acariciaron, tiempo atrás,
curvas, esquinas, formas
que eran puro artificio,
discretísimo encanto, talla de gubia
              humilde,
punzón de orfebre que dejó su huella.
De puro amor pasaron a objeto deseable.
Las vueltas que da el tiempo
sólo las tocan vagamente.

Ellas nos miran desde el largo silencio,
dioses puros, creado en las primera
             aurora
de un día interminable.

Carlos Pinto Grote, Tienda de antigüedades. “A Edurne Ordóñez, en su visita a la casa lagunera de su amigo Carlos. La Laguna, 21.4.98”.

Mi querido Carlos:

He aprendido que se puede amar el amor de los otros. Puedo amaros a ti y a Delia “joven dueña de esta Tienda de Antigüedades, con mi constante amor”, en cada uno de tus poemas; en las tardes calurosas de esa húmeda tierra lagunera. Te veo muchas veces, aunque apenas haya encuentros. Te veo desde la puerta de un comercio, caminas cogido de la mano de Delia; ella va erguida y tú la miras como siempre, con la devoción de un hombre, profundamente, enamorado. Has logrado que tus amigos os miremos y aprendamos a amar el amor, sencillamente, amar, Cuando delia está en la cocina, en el jardín y tu conversas desde el viejo escritorio, y nos dejas mirar por tu ventana hacia el jardín donde naciste, donde vives por  empeño del presente, donde las rosas se llaman Delia y, alguna espina, Carlos Pinto Grote: médico del aire, psiquiatra del horizonte, El destino de la melancolía.


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