Advierte la soledad de las cosas dispersas;
tuvieron compañía.
Tiernas manos atentas
acariciaron, tiempo atrás,
curvas, esquinas, formas
que eran puro artificio,
discretísimo encanto, talla de gubia
humilde,
punzón de orfebre que dejó su huella.
De puro amor pasaron a objeto deseable.
Las vueltas que da el tiempo
sólo las tocan vagamente.
Ellas nos miran desde el largo silencio,
dioses puros, creado en las primera
aurora
de un día interminable.
Carlos Pinto Grote, Tienda
de antigüedades. “A Edurne Ordóñez, en su visita a la casa lagunera de su
amigo Carlos. La Laguna, 21.4.98”.
Mi querido Carlos:
He aprendido que se puede amar el amor de los otros. Puedo
amaros a ti y a Delia “joven dueña de esta Tienda
de Antigüedades, con mi constante amor”, en cada uno de tus poemas; en las
tardes calurosas de esa húmeda tierra lagunera. Te veo muchas veces, aunque
apenas haya encuentros. Te veo desde la puerta de un comercio, caminas cogido
de la mano de Delia; ella va erguida y tú la miras como siempre, con la
devoción de un hombre, profundamente, enamorado. Has logrado que tus amigos os
miremos y aprendamos a amar el amor, sencillamente, amar, Cuando delia está en
la cocina, en el jardín y tu conversas desde el viejo escritorio, y nos dejas
mirar por tu ventana hacia el jardín donde naciste, donde vives por empeño del presente, donde las rosas se
llaman Delia y, alguna espina, Carlos Pinto Grote: médico del aire, psiquiatra
del horizonte, El destino de la
melancolía.
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