Lo mejor de una librería son sus libreros y esos interiores
donde se ordenan nombres y títulos en pilas de aventuras, conocimiento,
imaginación, versos… En los que los responsables te recomiendan un título, te hablan
de clásicos y nobeles, te invitan a que hojees, te animan a compartir opiniones
y te enseñan. En esta categoría de vocacionales del libro y amantes de la
lectura tengo tres enormes recuerdos, tan profundos como mi agradecimiento. La querida
librería La isla, de Santa Cruz de Tenerife, ocupa un lugar amplio, por los
años compartidos. Queda de ella, en Imeldo Serís, una parte de su esencia y, en
mi memoria, horas de curiosear centenares de libros. Allí quedaron algunos
ejemplares de un poemario que publiqué en 1994, ‘Los incendios del amor’ y mi
nombre en la Enciclopedia de Periodistas de Canarias, por crear y dirigir la
revista ‘Días de Locos’. Si La isla es mi último rincón, casi una extensión de
la biblioteca familiar, mi casa está en Herriak que, desde la calle Licenciado
Poza de Bilbao me lleva a unas décadas de aprendizaje feroz, de ansia por la
lectura, de descubrir el universo de la Literatura y muchas de sus esquinas.
Herriak es José Luis Merino y dos libreras extraordinarias. Numerosas son las
anécdotas que viví con José Luis. Cuando hacía prácticas de periodismo en El
Hierro (diario vespertino fallecido) le hice una entrevista (han sido varias)
en la que le pregunté ‘sagaz’, ‘intrépida’: ¿cómo hay que tratar a los imbéciles?
Y él, son su sonrisa llena de dientes dijo: “Con mucho cariño”. La talla de
tamaño librero me emociona. Por aquellos años ochenta yo cobraba 5.000 pesetas,
que Pepa Marzo, entonces directora del rotativo(antes lo fue Julio Campuzano)
sacaba de sus dietas; 5.000 pesetas que iban directamente a ‘mi cuenta’ en
Herriak para pagar los 12 o 14 títulos de Nietzsche, necesarios para la tesina
(previo paso por Schopenhauer) y, claro, metida en Nietzsche hay que visitar a
Lou Andreas Salome . Allí me hice con Anaïs Nin, sus diarios y obras varias que
te llevan, directamente, a Henry Miller y sus mundos. Pero uno de los primeros
libros que compre, en 1977, fue ‘Poesías competas’, de Konstantino Kavafis que
mantengo a mi izquierda; 250 pesetas: una pasta! Y hablando de pasta me acerco
a la mejor experiencia librera de mi vida. No recuerdo el nombre de la librería,
y sí que estaba en la calle San Mamés, cerca de la Plaza Zabálburu. Aquel
hombre que la regentaba nunca sabrá que fue el gran responsable de esta pasión
por el libro que me acompaña. Allí descubrí, a 25 pesetas el ejemplar (1972,
73, 74, 75…) a todos los escritores latinoamericanos que Rotativa trajo a
España, sin olvidar la mítica Austral y sus colecciones por colores, junto con
la Biblioteca Básica Salvat que nos abrió a la Generación del 98, entre otros.
Hoy es el Día de Las Librerías, esas empresas que sólo emprenden locos
vocacionales del pasar apuros económicos a cambio de ágapes de mundos y saberes.
Gracias por estar ahí.
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