Con ese “no sólo el fuego abrasa”, Los incendios del amor [Edurne G. Ordóñez, 1994] abre un poemario que
hoy es mayor de edad y que, dos décadas después, me gusta recordar. Hay algunos
versos que se mantienen en ese discurso que transcurre a lo largo de nueve
episodios, los que se producen desde el encuentro primero con la persona, que
sin previo aviso llega un día cualquiera. Entrar en una vida para iniciarla
entre dos, suscita dudas, preguntas y anhelos, que convierten el encuentro en
un universo pleno.
“Así como se desprenden los pétalos
de la flor del sueño y caen tras los pasos
que van cediendo a la vida,
así también floran los escalones del deseo,…”
El temblar ante el amor, sobre el, entre el, nos lleva a
vernos como “pobres peleles, ardemos de pasión, / nos consumimos entre
rescoldos y cenizas”. Este tobogán de emociones que consumimos parece concluir,
muchas veces, en la despedida; en ese abanico de adioses llenos de ausencia
impregnada de tristeza. Recorrer, dos décadas después, este librito es volver
al tiempo de armisticio, porque
“Nunca antes caminó la risa
tan grácil entre las calles de la primavera,
como un soplo ligero y suave
sonó en la tarde tu nombre
hasta desmayarse de hermosura”.
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